Si bien mis
observaciones han sido realizadas en pequeños pueblos situados en sierras del
Sistema Ibérico de la provincia de Teruel, es posible que sea el reflejo de
mucha de las regiones de España que en el siglo pasado sufrieron un
importante descenso de su población, sobre todo en las décadas de los años 60 y
70. Este imparable abandono de estos núcleos se sigue produciendo aunque
a menor ritmo, ya que apenas quedan habitantes. Así pues pequeños pueblos que hace 50 años contaban
con 200 o 300 habitantes, hoy hay tan solo unas pocas decenas de personas e incluso
hay lugares en los que tan solo ha
quedado una o dos familias. En otros han desaparecido todos sus vecinos, en los
que tan solo se abren las puertas de las pocas casas que quedan en fines de
semana, vacaciones de verano y fiestas
patronales en las que se reúnen sus antiguos vecinos en ocasiones en un gran
número. Durante estos días los pueblos
toman un aspecto diferente en el que la música, el bullicio y el jaleo hará que
nos olvidemos de lo solitarios y tranquilos que son estos lugares durante el
resto del año.
Todos estos
cambios que a lo largo de estos años se han producido paulatinamente han propiciado
importantes cambios. Suelen conservarse las casas más céntricas de los pueblos,
en ocasiones algunas en las calles más periféricas, mientras que los
extrarradios quedan totalmente abandonados. Sus casas y corrales generalmente
de piedra y barro o en ocasiones de adobes se van derrumbando creando un nuevo
sustrato que algunas plantas comenzarán a conquistar, produciéndose rápidos cambios sobre estos
escombros.
El derrumbamiento del tejado de los viejos edificios de piedra y
barro, es el primer paso para que la naturaleza comience su reconquista.
Sin tejado las plantas y paredes de
estos edificios caerán en un corto periodo de tiempo.
Los materiales de los viejos edificios empezarán a formar un nuevo
sustrato, que al principio resultará bastante estéril y de escasa fertilidad.
Entre las piedras quedarán huecos que ayudada por la lluvia serán rellenados con la tierra que las
sustentaban. Los cascotes del viejo yeso absorberán gran cantidad de agua,
comenzando una lenta pero segura descomposición en la que sus partículas
arrastradas por el agua se mezclarán con la tierra. Y también los restos de
vigas, puertas y otros elementos de madera serán colonizados por infinidad de
seres microscópicos, sobre todo hongos que los descompondrán convirtiéndolos en
minerales que quedarán a disposición de las plantas.
Miles de semillas de gramíneas, compuestas y de algunas otras plantas,
transportadas por el viento se irán depositando sobre este nuevo suelo,
muchas de ellas se perderán, pero otras serán capaces de germinar aprovechando
las épocas lluviosas. Estas plantas suelen tener un ciclo muy corto, pues la
extrema aridez del suelo en que crecen hace que se sequen nada más que llegan
las primeras calores del verano. Aunque
año tras año los restos de esta vegetación muerta se va acumulando formando una
capa de humus, que con el tiempo llega a ser importante, enriqueciéndose
notablemente la calidad del suelo.
Los árboles también saben sacarle partido a estos nuevos ecosistemas
entre ellos el almendro. Perfectamente adaptado a la sequedad de nuestros
climas. El origen de este almendro puede
estar en la almendra que a algún vecino
se le pudo caer mientras las partía, también pueden ser que fuera transportadas
por algún animal, como por ejemplo roedores que las suelen almacenar en despensas
construidas en los agujeros de las viejas paredes de piedra, algunas de
ellas olvidadas pueden germinar si las
condiciones lo permiten.
Otro árbol capaz de hundir sus raíces entre estos escombros es el
saúco.
Este almez posiblemente tenga más de 30 años, nacido en un corral que se derrumbó hace
muchos años, le costó crecer mucho tiempo, debido a la presión que ejercían los
abundantes rebaños de ovejas y cabras
que comían sus brotes tiernos y
despuntaban su yemas terminales, la disminución de este tipo de ganado ha
permitido que ciertas especies vegetales prosperen.
La hiedra es otra planta perfectamete adaptada las paredes en de piedra, donde es capaz de formar grandes
masas de vegetación.
Como vemos
son las plantas, como en todos nuevos
ecosistemas, las pioneras en la reconquista de este nuevo medio abandonado por
el hombre. Tras ellas vienen las especies animales, sobre todo aves, que
aprovechan los recursos que estas les ofrecen, no solo alimentos, sino también
refugio contra las inclemencias del tiempo, escondites para burlar a los
predadores y soportes para fabricar sus nidos.
Aunque más ligado que el escribano a sotos y bosques, el carbonero
común (Parus major) se le puede ver cada vez con más frecuencia en la inmediaciones de
los pueblos, utilizando como cantaderos las antenas de televisión o como en
este caso las cresta de las viejas paredes de piedra, en cuantos a sus
preferencia por las zonas de vegetación, en estos lugares se conforma con la
amplias masas verdes que crean las hiedras, saúcos, otros arbustos y árboles en los edificios
derruidos o en las paredes de los huertos.
Durante muchos años ha sido el gorrión común el único paseriforme que
frecuentaba los pueblos, mientras que el gorrión chillón aunque también anidaba en construcciones humanas, lo hacía en
edificios de piedra construidos en el monte, tales como pajares, casetas y
sobretodo parideras a veces muy alejadas
de los núcleos urbanos. Este ejemplar forma parte de la pareja que año tras año
anida en un agujero entre las piedras de la pared que esta frente a mi ventana.
Me resulta bastante fácil atraerlos, colocándoles un comedero con pipas de
girasol, acercándose a este de igual manera que lo hacen los carboneros en
invierno.
Aunque más
difíciles de observara que las aves, los mamíferos también encuentran un espacio en estos olvidados lugares y los pocos habitantes de estos pueblos no
constituyen ninguna molestia para algunos de ellos que tan solo evitan estas
zonas durante los meses que veraneante invaden estos entornos. Aunque la gran mayoría eran de hábitos crepusculares,
en los últimos años es frecuente verlos a plena luz del día, así pues es
frecuente ver en las inmediaciones de estos pueblos, con pleno sol a zorros,
tejones o cabras. He podido constatar la presencia de todos ellos a
menos de 200 metros de la última casa habitada. Más difíciles de observar, aunque también presentes, son
los roedores o algunos mustélidos como las garduñas, que tan solo puedo
constatar su presencia por los rastros que dejan tras los periodos nocturnos de
actividad.
La persecución que el zorro (Vulpes vulpes) ha sufrido durante muchos
años hizo que este cánido tan solo se aventurara a merodear por las
inmediaciones de los pueblos durante la noche. Este ejemplar fue fotografiado
con la luz del día, a unos 150 metros del pueblo cerca del lugar donde en el año 2010, ubicó una zorra su cubil para sacar adelante su camada, con
pleno éxito.
Menos perseguidas que el corzo
o el jabalí por los cazadores, al menos por el momento, la cabra montés (Capra pyrenaica) se muestra sumamente confiada en el
área en que realizo mis observaciones. Este ejemplar fue fotografiado a una
distancia de 700 u 800 metros. Intenté acercarme lo máximo posible aprovechando
los desniveles del terreno para ocultarme. Para mi sorpresa fueron ellas, dos
hembras adultas con sus crías, las que se acercaron a mí, con la mala fortuna
que lo hicieron a contra luz con Sol bajo
de invierno, a las 10 de la mañana, lo que me imposibilitó para hacerles
unas fotos de cerca. Tras observarme durante unos segundos, emprendieron un tranquilo
trote, hasta que las perdí de vista. Es habitual que en las horas crepusculares
se lleguen a acercar hasta las casas periféricas del pueblo.
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