viernes, 25 de abril de 2014

LA NATURALEZA RECONQUISTA LAS ÁREAS RURALES DESPOBLADAS

Si bien mis observaciones han sido realizadas en pequeños pueblos situados en sierras del Sistema Ibérico de la provincia de Teruel, es posible que sea el reflejo de mucha de las regiones de España que  en el siglo pasado sufrieron un importante descenso de su población, sobre todo en las décadas de los años 60 y 70. Este imparable abandono de estos núcleos se sigue produciendo aunque a menor ritmo, ya que apenas quedan habitantes. Así pues  pequeños pueblos que hace 50 años contaban con 200 o 300 habitantes, hoy hay tan solo unas pocas decenas de personas e incluso hay  lugares en los que tan solo ha quedado una o dos familias. En otros han desaparecido todos sus vecinos, en los que tan solo se abren las puertas de las pocas casas que quedan en fines de semana,  vacaciones de verano y fiestas patronales en las que se reúnen sus antiguos vecinos en ocasiones en un gran número. Durante  estos días los pueblos toman un aspecto diferente en el que la música, el bullicio y el jaleo hará que nos olvidemos de lo solitarios y tranquilos que son estos lugares durante el resto del año.

Todos estos cambios que a lo largo de estos años se han producido paulatinamente han propiciado importantes cambios. Suelen conservarse las casas más céntricas de los pueblos, en ocasiones algunas en las calles más periféricas, mientras que los extrarradios quedan totalmente abandonados. Sus casas y corrales generalmente de piedra y barro o en ocasiones de adobes se van derrumbando creando un nuevo sustrato que algunas plantas comenzarán a conquistar,  produciéndose rápidos cambios sobre estos escombros.





El derrumbamiento del  tejado de los viejos edificios de piedra y barro, es el primer paso para que la naturaleza comience su reconquista. Sin  tejado las plantas y paredes de estos edificios caerán en un corto periodo de tiempo.



Los materiales de los viejos edificios empezarán a formar un nuevo sustrato, que al principio resultará bastante estéril y de escasa fertilidad. Entre las piedras quedarán huecos que ayudada por la lluvia  serán rellenados con la tierra que las sustentaban. Los cascotes del viejo yeso absorberán gran cantidad de agua, comenzando una lenta pero segura descomposición en la que sus partículas arrastradas por el agua se mezclarán con la tierra. Y también los restos de vigas, puertas y otros elementos de madera serán colonizados por infinidad de seres microscópicos, sobre todo hongos que los descompondrán convirtiéndolos en minerales que quedarán a disposición de las plantas.





  Miles de semillas de gramíneas, compuestas y de algunas otras plantas, transportadas por el  viento se  irán depositando sobre este nuevo suelo, muchas de ellas se perderán, pero otras serán capaces de germinar aprovechando las épocas lluviosas. Estas plantas suelen tener un ciclo muy corto, pues la extrema aridez del suelo en que crecen hace que se sequen nada más que llegan las  primeras calores del verano. Aunque año tras año los restos de esta vegetación muerta se va acumulando formando una capa de humus, que con el tiempo llega a ser importante, enriqueciéndose notablemente la calidad del suelo.




 
Los árboles también saben sacarle partido a estos nuevos ecosistemas entre ellos el almendro. Perfectamente adaptado a la sequedad de nuestros climas. El origen de este   almendro puede estar en la almendra  que a algún vecino se le pudo caer mientras las partía, también pueden ser que fuera transportadas por algún animal, como por ejemplo roedores que las suelen almacenar en despensas construidas en los agujeros de las viejas paredes de piedra, algunas de ellas  olvidadas pueden germinar si las condiciones lo permiten.



Otro árbol capaz de hundir sus raíces entre estos escombros es el saúco.



Este almez posiblemente tenga más de 30 años,  nacido en un corral que se derrumbó hace muchos años, le costó crecer mucho tiempo, debido a la presión que ejercían los abundantes rebaños  de ovejas y cabras que  comían sus brotes tiernos y despuntaban su yemas terminales, la disminución de este tipo de ganado ha permitido que ciertas especies vegetales prosperen.



La hiedra es otra planta perfectamete adaptada las paredes en de  piedra, donde es capaz de formar grandes masas de vegetación.




Como vemos son las plantas, como  en todos nuevos ecosistemas, las pioneras en la reconquista de este nuevo medio abandonado por el hombre. Tras ellas vienen las especies animales, sobre todo aves, que aprovechan los recursos que estas les ofrecen, no solo alimentos, sino también refugio contra las inclemencias del tiempo, escondites para burlar a los predadores y soportes para fabricar sus nidos.



 En mis observaciones el escribano soteño (Emberiza cirlus) es una de las aves más frecuente, sobre todo en invierno. A  pesar de su nombre de soteño, no son precisamente los sotos su hábitat preferido, sino que se encuentra más a gusto en estos nuevos entornos, donde abunda la vegetación baja y las zarzas, donde suele instalar su nido. La foto fue realiza desde la ventana de mi casa a unos a unos escasos 12 o 14 metros.



Aunque más ligado que el escribano a sotos y bosques, el carbonero común (Parus major) se le puede ver cada vez con más frecuencia en la inmediaciones de los pueblos, utilizando como cantaderos las antenas de televisión o como en este caso las cresta de las viejas paredes de piedra, en cuantos a sus preferencia por las zonas de vegetación, en estos lugares se conforma con la amplias masas verdes que crean las hiedras, saúcos,  otros arbustos y árboles en los edificios derruidos o en las  paredes de  los huertos.




Durante muchos años ha sido el gorrión común el único paseriforme que frecuentaba los pueblos, mientras que el gorrión chillón aunque también  anidaba en construcciones humanas, lo hacía en edificios de piedra construidos en el monte, tales como pajares, casetas y sobretodo parideras  a veces muy alejadas de los núcleos urbanos. Este ejemplar forma parte de la pareja que año tras año anida en un agujero entre las piedras de la pared que esta frente a mi ventana. Me resulta bastante fácil atraerlos, colocándoles un comedero con pipas de girasol, acercándose a este de  igual manera que lo hacen los carboneros en invierno.



Aunque más difíciles de observara que las aves, los mamíferos también encuentran un espacio en estos olvidados lugares y los pocos habitantes de estos pueblos no constituyen ninguna molestia para algunos de ellos que tan solo evitan estas zonas durante los meses que veraneante invaden estos entornos. Aunque  la gran mayoría eran de hábitos crepusculares, en los últimos años es frecuente verlos a plena luz del día, así pues es frecuente ver en las inmediaciones de estos pueblos, con pleno sol a zorros, tejones o cabras. He podido constatar la presencia de todos ellos a menos de 200 metros de la última casa habitada. Más difíciles de observar, aunque también presentes, son los roedores o algunos mustélidos como las garduñas, que tan solo puedo constatar su presencia por los rastros que dejan tras los periodos nocturnos de actividad.



La persecución que el zorro (Vulpes vulpes) ha sufrido durante muchos años hizo que este cánido tan solo se aventurara a merodear por las inmediaciones de los pueblos durante la noche. Este ejemplar fue fotografiado con la luz del día, a unos 150 metros del pueblo cerca del lugar donde  en el año 2010, ubicó  una zorra su cubil para  sacar adelante su camada,  con pleno éxito. 



Menos perseguidas que el  corzo o el jabalí por los cazadores, al menos por el momento, la cabra  montés (Capra pyrenaica) se muestra sumamente confiada en el área en que realizo mis observaciones. Este ejemplar fue fotografiado a una distancia de 700 u 800 metros. Intenté acercarme lo máximo posible aprovechando los desniveles del terreno para ocultarme. Para mi sorpresa fueron ellas, dos hembras adultas con sus crías, las que se acercaron a mí, con la mala fortuna que lo hicieron a contra luz con Sol bajo  de invierno, a las 10 de la mañana, lo que me imposibilitó para hacerles unas fotos de cerca. Tras observarme durante unos segundos, emprendieron un tranquilo trote, hasta que las perdí de vista. Es habitual que en las horas crepusculares se lleguen a acercar hasta las casas periféricas del pueblo.





viernes, 4 de abril de 2014

LA COTORRA ARGENTINA

(Myiopsitta monachus)


Aunque ya hace más de dos décadas que se conoce la existencia de la cotorra argentina en libertad en algunas ciudades de la Península Ibérica, ha sido precisamente en estos últimos veinte años cuando ha experimentado una mayor expansión, siendo cada año que pasa más abundante.
Pertenece a la familia de las psittacidae, y su distribución original no es exclusivamente Argentina, como su nombre indica. También está distribuida por Brasil, Paraguay, Uruguay y  por varios países de Sudamérica. En la actualidad su distribución parece ser que se ha ampliado por América del Norte y otros países del sur de Europa a parte de España.

Las causas de tan amplia y rápida conquista de nuevos territorios de esta psittacida, no han sido por méritos propios, sino que ha sido llevada a cabo de la mano del hombre. Importada años atrás como animal de compañía, pasó de su estado cautivo a la libertad. En unas ocasiones de forma accidental, al escapar de sus jaulas y  en otras de forma deliberada, al no querer sus dueños hacerse cargo de ellas.



Posiblemente pocos podrían pensar que este ave con aspecto tropical pudiera llegar a tener el éxito que ha tenido en su nuevo medio. Pero una vez en libertad y con el número suficiente para crear unas pocas parejas el aumento de esta especie es imparable, pues cuenta con todos los elementos necesarios para reproducirse con éxito, en un medio sin predadores y un clima templado al que se ha adaptado sin ningún problema.



Otro factor importante de su éxito es su facilidad para adaptarse a cualquier alimento vegetal, pues como explicaba en una entrada anterior  "En la base de la pirámide ecológica urbana" dedicada a los recursos que la ciudad ofrecía a la fauna, no hay una sola planta que no sucumba a su pico, pues aprovecha hojas, frutos, brotes tiernos y semillas en cualquier estado de maduración.



Si en cautividad su alimentación está basada en semillas y granos, con algún aporte de frutas y verduras, en su nuevo hábitat es capaz de comer casi cualquier cosa, siendo habitual ver como yemas, brotes, hojas y frutos de  árboles o arbustos entran a formar parte de su dieta quedando totalmente  desfoliados. Hay quien asegura que incluso nidadas de pequeños pájaros forman parte de su dieta, aunque yo no he observado nunca este comportamiento, se podría esperar cualquier cosa de este ave tan oportunista.



No solo su adaptación a la alimentación y al clima templado han contribuido a su éxito, también su longevidad, en cautividad puede superar ampliamente los 20 años, en su medio natural es de suponer que estos años se reducirán algo, pero en sus nuevos medios, sin predadores, puede ser que su vida se aproxime a la que goza en cautividad. He de suponer que tal longevidad dotará a las parejas de una capacidad reproductiva durante muchos años, que junto con el hecho de ser capaces de poner en cada puesta un máximo de 8 huevos e incluso hay quien asegura que pude llegar a los 11 huevos, además de  realizar varias puestas consecutivas a lo largo del periodo reproductor, nos hace pensar que estamos ante un ave invasora, un tanto peligrosa capaz de competir en alimento, espacio e incluso podría estar depredando sobre pequeñas aves autóctonas.



Sus nidos son estructuras de ramas entrelazadas pudiendo formar colonias de varios nidos en un mismo árbol y en los árboles cercanos. Estos nidos llegan a adquirir grandes dimensiones, dependiendo del número de parejas que lo formen, pues tienen el hábito de formar nidos comunitarios con varias entradas para cada una de las parejas que lo componen. En la imagen los nidos están construidos sobre un plátano y en la imagen anterior sobre una palmera. 



 Aunque hay datos que dicen que las cotorras tienen cierta preferencia por unos determinados árboles dependiendo de la ciudad en que habitan, en Zaragoza, se pueden observar nidos de estas aves en cualquier árbol, siendo plátanos los más habituales y también como en este caso en álamos. 







 Lo cierto es que el único requisito para elegir donde ubicar sus colonias es que el árbol que la sustente tenga la suficiente altura para que se sientan seguras, como este pino que alberga dos voluminosos nidos.



Hasta en los estrechos cipreses forman sus enormes plataformas.



Una vez que una pareja ha ubicado su nido es cuestión de tiempo que las nuevas parejas consolidadas se les unan para formar sus colonias formando nuevos nidos o ampliando los ya construidos por las parejas anteriores, aportando intensamente más ramas.



Viendo esta imagen uno podría pensar que esta en algún lugar de Sudamérica, pero lo cierto es que cada vez es más frecuente el observar un gran número de estas aves en nuestros parques.

Quizás al ver el gran número de aves foráneas que están invadiendo nuestro territorio, nos haga recapacitar en las consecuencias que lleva el importar especies para usarlas como mascotas, sin ningún tipo de control. Su liberación, accidental o simplemente porque sus dueños no pueden cuidar de ellas, no trae buenas consecuencias. En la mayoría de los casos el animal muere y en los casos que sobreviven puede suponer una amenaza para nuestras especies.
Desde mi punto de vista, esto no debería haber ocurrido, de alguna manera el ver y observar a estas llamativas aves despierta mi interés además de alegrarme los paseos por los parques de la ciudad, pero se deberían tomar medidas para limitar sus poblaciones. Creo, aunque no estoy seguro, de que hay programas, para eliminar sus voluminosos nidos, que en ocasiones pueden desprenderse y  pone en peligro a viandantes y vehículos, también al parecer se esterilizan individuos, dos métodos que recortan su capacidad reproductora.