Si pasamos
junto una hiedra durante la primavera o verano, poco o nada nos llamará la
atención puesto que apenas contrasta con el color verde de otras plantas. Si
pasamos junto a ella en invierno quizás destaque sobre el resto de las plantas
que la rodean, pues a diferencia de muchas de ellas la hiedra conserva sus
hojas verdes durante todo el año incluido el invierno. Pero es en el otoño cuando esta planta destaca sobre todas las demás, puesto que florece durante
los meses de septiembre y octubre, justo cuando ninguna planta lo hace, excepto
pequeñas plantas de porte herbáceo que aprovechan las suaves temperaturas
otoñales para ultimar su ciclo reproductivo antes de que lleguen los fríos
invernales.
Es pues una
planta con un gran interés ecológico, no pasando desapercibida durante su
floración, ya que a su alrededor se congregan infinidad de insectos, llegando a
ser tan alta su concentración que hace que en su mayoría
abejas choquen contra nuestros cuerpos al pasar por caminos bordeados de
hiedras.
Pertenece a la
familia de las araliaceae, y como otras muchas plantas se ha utilizado con fines medicinales, posiblemente exagerando sus propiedades
curativas, aunque al parecer algunas partes de ella tienen propiedades expectorantes y beneficiosas para
el aparto respiratorio. También se ha utilizado para usos externos en forma de
decocciones o cataplasmas, aplicadas sobre la piel.
El único uso que yo he visto que se le haya
dado a sus hojas es de callicida, aunque hace tiempo de eso creo recodar que su uso era efectivo. En cuanto al uso interno de
esta planta dudo que hoy en día se
le dé, al menos sin prescripción de un
especialista, puesto que es tóxica.
La hiedra es una planta trepadora que se adhiere a las paredes,
subiendo por ellas en busca de la luz. Es curioso que presenta dos formas, como
se ve en la imagen mientras escala por las paredes sus hojas presentan lóbulos,
cuando la hiedra no encuentra soporte al que agarrarse toma forma de arbusto
con tallos más consistentes y sus hojas pierden sus lóbulos, siendo sus bordes
lisos, es en esta parte donde aparecen las flores y posteriormente sus
frutos.
Cuando no encuentra paredes de piedra hechas por el hombre, las
paredes de roca le sirven de soporte. Se puede observar que sus tallos pueden
convertirse en gruesos troncos.
En los primeros meses del otoño, cuando apenas quedan flores en el campo pero
abundan las hiedras, las abejas
encuentran una inagotable fuente de alimento para llenar su colmena de miel.
Además de abejas, la abundante floración de la hiedra atrae a cientos
o quizás miles de insectos de diferentes
especies, como avispas, moscas, tábanos y algunos de tan singular belleza como
el que se ve en la imagen.
Sus verdes frutos en forma de baya, que van engordando a lo largo del
otoño.
Las bayas alcanzan la madurez a principios del invierno tomando un
color morado negruzco, en este momento es cuando son más apetecibles para las
aves, a las que no afecta su toxicidad. Si bien al principio del otoño su polen
y néctar ofrecía alimento a los insectos,
cuando las flores escaseaban, ahora sus bayas alimentan a las aves justo cuando
los frutos otoñales se han agotado.
Pero los cierto es que su valor ecológico no acaba, en la producción de
flores y bayas cuando ninguna otra especie vegetal lo hace, sino que además sus
hojas perennes ofrecen un tupido refugio durante el invierno a gran cantidad de aves, y sobre todo
cuando forma grandes masas vegetales.
Los tallos trepadores no reproductivos poseen unas raicillas capaces
de adherirse a cualquier soporte.
Las paredes de piedra son uno de los soportes más favorecedores para
la hiedra. Las raíces de sus tallos se aferran a sus rugosidades e introduciéndose entre piedra y piedra. son capaces a través de sus juntas de traspasar el muro invadiendo su
cara opuesta.
Existen variedades ornamentales, traídas en ocasiones de lugares muy
lejanos que adornan parques y jardines, la de la foto tiene el borde de las
hojas blancas, mientras que el centro conserva el intenso color verde.
Otras variedades de hiedra, también utilizadas con fines ornamentales, tienen hábitos rastreros, siendo capaces, si se les deja, de cubrir grandes superficies de tierra.
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